«Han pasado los años, pero jamás olvidaré ese número. Jamás se borrará de mi memoria. Igual que él.
Aún recuerdo los gritos. Los golpes en la puerta. Las marcas en mi piel. También guardo la llave del hotel. La guardo para no olvidar nada. Para recordar todo el daño. Para no echarme atrás. No ahora.
Tiene gracia. De una forma un poco siniestra, tal vez.
Pero guardo la tarjeta, la llave de la habitación, en la misma caja en la cual guardaba mis muñecas favoritas cuando era niña. Tiene gracia, porque yo para él siempre he sido eso. Una muñeca. Nada más.
(Ahora siento la soga en mi cuello).
Recuerdo la primera vez que me dijo que me quería. Fue en la habitación de aquel hotel en la costa. Después de llegar del aeropuerto. Me hizo esas cicatrices. Sí, esas que se borraron de mi piel, pero no de mi mente.
(El frío de una bala atravesando la piel. Mi piel).
Cuando lloraba, solía poner su dedo en mis labios. Me susurraba palabras que nunca llegué a comprender, pero que siempre creía. Cosía mis labios, de la misma forma en la que se cosen los de una muñeca de trapo.
(El aire. Siento la fuerza del aire, que contrasta fuertemente con mi cuerpo al saltar desde el acantilado. Sin paracaídas. Libre).
También recuerdo cómo intentaba protegerme. Nunca dejaba que me alejara de su lado. Decía que yo era frágil, como el cristal. Decía que yo era su princesa de cristal.
(Noto las pastillas en mi mano. Son muchas, demasiadas. Mi médico me los recetó cuando no podía dormir por culpa de las pesadillas. Aquí hay suficientes para no despertar nunca más. Dormir para siempre. Sin pesadillas).
Y no podré olvidar jamás su mirada. Había amor en ella, me repetía. Me lo repetía constantemente. Quería creerlo. Debía creerlo.
(El vidrio de una ventana rota. Un vidrio tan afilado como para poder cortar venas, y sangrar todas las lágrimas acumuladas hasta morir).
Y, por último, vuelvo a recordar el hotel. Las lágrimas. Los gritos. El miedo.Cuando lo hizo, no había amor en su mirada. Nunca he creído que lo hiciera a propósito. Aún no lo creo. Pero jamás olvidará cómo le supliqué que parara. Cómo sus manos no dejaban de empujarme.
Y, sobre todo, jamás voy a olvidar lo que sentí al caer de la terraza. El impacto al llegar al suelo. El dolor.
Y, por último, la muerte».
Lucía Pérez, alumna de 2º de la ESO B.
«Un relámpago iluminó las calles de la ciudad. Caminabas apresurado; la tormenta te había pillado de camino. Un ruidoso trueno te sobresaltó. Tus ropas empapadas hasta la última fibra, ocultaban un valioso objeto que habías estado buscando durante más de diez años. Solo esperabas que no se estropeara…
Finalmente, y con el corazón en la garganta, llegaste a tu hotel. Caminaste rápidamente hasta el ascensor, pulsando el botón de forma apresurada. Al fin, después de tanto tiempo…lo conseguiste. Cuando te diste cuenta, ya estabas en tu planta. En un abrir y cerrar de ojos, te encontraste frente a tu habitación. Abriste la puerta torpemente, ya que tus manos temblaban de la emoción. Entraste a tu apartamento y cerraste la puerta de forma brusca. El portazo podría haberse oído hasta en la recepción.
Te dejaste caer en el sofá, exhausto. Cuando recuperaste el aliento, tus fuerzas te permitieron sacar una cajita de tu abrigo. Estaba bañada en plata y decorada con motivos florales. En la tapadera se podían observar unas inscripciones escritas en una lengua antigua que tú conocías a la perfección. «Mala idea», pudiste traducir. Ahora que lo recordabas, aquel extraño mercader te advirtió de algo, pero tú no le prestaste atención por lo emocionado que estabas. Sacudiste la cabeza, tratando de apartar aquellos pensamientos. Abriste la caja con lentitud para saborear el momento.
Dentro de ella, un hermoso diamante azul relucía. Era tan…Hechizante…Sí, habías escuchado la leyenda. Aquellos que poseían tal maravillosa joya estaban condenados a perecer. Sin embargo, eso no te detuvo para tomarlo entre tus manos y observarlo más detenidamente. Aquellas leyenda que presagiaba la muerte de quienes poseían el diamante azul era solo un cuento de niños para ti.
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Un escalofrío recorrió todo tu cuerpo. Miraste hacia la derecha. La ventana estaba abierta y el fuerte viento de aquella tormenta estaba congelándote hasta los huesos. Un momento…¿No habías cerrado la ventana antes de irte? Antes de poder pensar algo más, un agudo dolor atacó tu espalda, y se extendió hasta llegar a tu abdomen. Bajaste la mirada. Un cuchillo de plata se había atravesado completamente. Tu visión se volvió borrosa. Perdiste la fuerza en las piernas y te desplomaste al suelo. Todo se volvió oscuro.
-Por fin…Ya terminé -dijo el albino en un suspiro.- Esto es que se merecen quienes roban las joyas del conde.
Dejó las hojas a un lado y guardó su pluma de escribir. Con otro suspiro, apagó las velas».
Daniel Cestero, alumna de 3º de la ESO B.
En una caja de recuerdos
Quizás algún día sea caja de recuerdos, ser partícipe de las más bellas memorias entre tú y yo, entre aquellas dos personas que buscan refugio en el pasado y no logran por más que lo desean alcanzar el éxito. Me encantaría ser tarjeta de hotel y poder revivir aquellas noches de pasión, bajo la luz de las velas. Saborear de nuevo aquellos besos, que al amanecer pudimos fusionar con el dulce sabor del fruto prohibido. Me encantaría ser la pluma con la escribiste mis cartas, finas y delicadas hojas de papel que contenían palabras duras sobre tu residencia en Siria. Las palabras curvadas mostraban tu inquietud frente al peligro, ansias de querer más, deseos de unión conmigo. Quizás, de alguna u otra manera, sería piedra. Estamos ahogados en una sociedad que nos golpea con crudeza, mi amor. Sería roca, porque me gustaría gritar a los cuatro vientos lo mucho que te amo aunque el dolor que sufro sea mayor que la posibilidad de reflejarme en tus ojos una vez más. Aquella bufanda con la que abrigaste la pasada Navidad y no fue así. Ella cuidó de tu voz ante al frío cortante y solitario, y tapó su sonrisa cuando me cogías de la mano, sabiendo que pronto tendrías que abandonarme. ¿Te acuerdas de la poesía que te dediqué el primer día que nos conocimos? Ya te digo, si fuese caja, albergaría poesía. Poesía, porque es el canal por el circulan sin rumbo mis sentimientos. Con ella fui capaz de llegar a ti, a tus dudas e inseguridades. La cámara, objeto inerte que puede captar los momentos más vivos. Algún día, volveré atrás, al pasado, para observar las fotos en las que salimos sonriendo, sí, querido, tú y yo. El perfume que me regalaste, de canela y naranja, permanece en mi piel, lugar en el que residieron tus besos en días de luna llena. Quisiera saber qué perfume se respira en la Siria más profunda, porque no quiero que lo experimentes. Tampoco quiero ver la mirada de un niño sin futuro, con una cinta en los ojos, que no le permite mirar más allá de las ruinas. Hoy, especialmente hoy, estaría a tu lado cual madre con su hijo, mimándolo y protegiéndolo. No quiero que sufras, no quiero que las balas sean las que pongan punto y final a tu último aliento. Quiero ser algún día cajita de recuerdos, recuerdos que me hagan acaban con tanto dolor, con tanta pena. Ojalá vuelvas conmigo mi amor, porque quiero estar contigo en una cajita con memorias que nos tenga a los dos en brazos de Morfeo.
María Redondo Peralta, alumna de 1º de Bachillerato C.